Por una Birmania libre (mis memorias de Birmania)
Lo he visto en numerosos blogs durante la mañana y no puedo hacer otra cosa que sumarme a la campaña.
Ahora bien, aprovechando el post contaré un poco de mi experiencia en Birmania. Estuve por allí en el año 1994, hace ya 13 años y el recuerdo que me dejó el país fue imborrable, aunque imagino que eso pasa con todos los países que uno visita.
En aquella época, ser turista en Birmania no era peligroso, ni mucho menos, pero sí complicado. Sólo se podía entrar al país por vía aérea y había pocos vuelos a Rangoon. Al final, volamos desde Bangkog, lo cual me dio la oportunidad de probar por primera vez un vuelo de la Thai Airways, la que durante mucho tiempo fue considerada mejor compañía aérea del mundo. Realmente fue impresionante, especialmente porque el vuelo duraba tan sólo una hora. Aun así, todos en el avión se preocupaban por colmar a los clientes de atenciones durante todo el rato.
Al llegar a Birmania, te obligaban a cambiar 300$ por 300 FEC (Foreign Exchange Currency). De esa forma, las autoridades se garantizaban que esos 300$ como mínimo se quedaban en el país. Luego había que cambiar los FEC por chyat, que era la moneda local. 1 FEC = 6 chyat en el cambio oficial, 1 FEC = 100 chyat en el mercado negro. Obviamente, todo el mundo iba al mercado negro. Una vez tuvimos la curiosidad de pasar por una oficina de cambio oficial. Había un empleado durmiendo y telarañas en el mostrador, y esto no es una metáfora.
La estancia en el país fue alucinante. Como volver 30-40 años atrás. Zonas en las cuales no había coches, sino carretas tiradas por caballos. Infraestructuras básicas. Autobuses que conectaban ciudades principales que pasaban una vez al día. El barco que navegaba el río principal pasaba dos veces en semana. Casi nada de televisión. Electricidad sólo a determinadas horas del día. La gente, como en casi toda Asia, fue impresionantemente amable, una de sus mayores aficiones era mantener una conversación insustancial con un turista. Los monjes de los monasterios más recónditos nos invitaban a visitar su santuario, a charlas con ellos. El tiempo transcurría tranquilo.
Estuvimos 10 días, visitamos todas las zonas del país consideradas visitables por los turistas. Como tales, nos controlaban permanentemente. Teníamos que sacar los pasajes para desplazarnos en las agencias oficiales, sólo podíamos viajar en el barco, por ejemplo, en la mejor zona, reservada a los turistas. En todo momento se sabía dónde estábamos.
A pesar de ello, la experiencia globalmente fue inmejorable. Para colmo, a nuestra vuelta a Rangoon, coincidimos con la Fiesta del Agua, especie de celebración de Año Nuevo, en la cual, durante 3 días todo el mundo le echa agua a todo el que ve como forma de purificación. Gente en la calle subida a camiones con mangueras, dedicados a regar a todo el que pasara. No había forma de estar más de 10 minutos con la ropa seca. Hasta los niños de 5 años se te acercaban con un vaso de agua, te pedían permiso respetuosamente, y te lo echaban por la espalda.
Obviamente en 10 días no puedes saber todo de cómo vive la gente. Pero, globalmente, me dio la sensación de que la gente era relativamente feliz, especialmente fuera de las ciudades. Campesinos, ganaderos con sus pequeñas explotaciones, en una tierra relativamente agraciada, que vivían decentemente, sin pasar grandes penurias, sin grandes agobios demográficos como los que hay en la India.
Pero parece lógico que la gente quiera algo más. Que quiera libertad. Que quiera apertura al exterior. Que quiera democracia. Esperemos que la consigan.
Si quieres leer y ver algo sobre Birmania, en los últimos años me he encontrado con el libro "Un lugar llamado nada" de Amy Tan y la película "Más allá de Rangún". La parte costumbrista de ambas no está mal.
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