El mundo, según Alfons Cornella
A través del Boletín de Sociedad de la Información de Telefónica, llego a dos artículos de Alfons Cornellá en los cuales condensa gran parte de lo que ha estado contando en los últimos tiempos en Infonomía. En concreto, la relación entre innovación, sociedad, tecnologías (en especial las que veremos en los próximos años) e, incluso, infelicidad.
Y de la estrategia que funciona en esta era: la diferenciación, de la que habló Porter en los años 80, sólo que ahora, girada, procesada y exprimida hasta convertir dicha diferenciación en el común denominador de las acciones de las empresas que quieren posicionarse.
Los artículos son largos, pero merecen una lectura detallada. Hay demasiado saber concentrado en demasiado poco espacio como para desaprovecharlo. Perdonen que no haga un resumen más detallado porque seguro que me dejaría atrás la mitad de las cosas. Mejor léanlos ustedes. Les garantizo que los aprovecharán.
1 comentario:
Tengo en muy alta consideración a Alfons Cornella, ha sido y sigue siendo un dinamizador inestimable en torno a las TICs y, en general, respecto al papel esencial de la innovación en la economía y en la sociedad de hoy en día. Sin embargo, el artículo que publica en la revista de Telefónica desmerece el amplio rango de temas que suele tocar en sus escritos. Como ensayo que pretende dar una visión de síntesis de las tendencias en el terreno de la innovación y de la problemática que afecta a éste ámbito en nuestros días, creo que resulta fallido y desequilibrado. Me ha decepcionado ese discurso de entronización del gadget, y de la innovación por la innovación no se sabe bien para qué. Alude a la potenciación (¿aumentación?) de los sentidos y a una especie de multiplicación exponencial de los servicios. ¿Pero de qué estamos hablando?, ¿acaso de una economía hedonista a la máxima potencia?. Hace ya tiempo que un gran estudioso del cambio tecnológico, Richard Nelson, diferenciaba las tecnologías físicas de las tecnologías sociales, y hablaba de la importancia de estas últimas tanto para la generación y aprovechamiento de las primeras, como en sí mismas para la creación de riqueza, productividad y bienestar. La innovación, entonces, tiene muchas esferas, y no parece que la última prótesis mataocio resulte la más decisiva. Otros analistas, como Rosemberg y Mokyr, han insistido en cómo las instituciones, es decir, las tecnologías sociales, determinan el ritmo, la dirección, las formas y el contenido de la producción de conocimiento y de la innovación tecnológica. Y una de las razones de fondo es que las instituciones, al fin y al cabo, cristalizan en su esencia conocimiento social, es decir, valores que otorgan significación y sentido a la realidad que nos rodea, estableciendo, por ejemplo, lo que es conveniente y lo que no lo es. Por ello, es la ausencia de discusión de estos valores lo que me parece la mayor falla del artículo de Cornella. Y que quede claro, no es una cuestión puramente abstracta, los valores son esenciales a la hora de conformar las tecnologías físicas y sociales que serán decisivas en nuestro futuro. El gadgetismo y la ciega adoración mercantilizada de la innovación por la innovación no creo, sinceramente, que nos conduzca a nada bueno. La referencia a la noción, por lo general nebulosa, de lo que consideramos valor la efectúa Cornella demasiado de pasada. ¿Debemos conformarnos con llamar valor a lo que estamos dispuesto a pagar por algo?. La lógica valorativa de los mercados es muy potente para algunas cosas, pero se viene demostrando desastrosa para otras que tienen que ver con el uso que le damos al medio ambiente (sostenibilidad), o con la desigual distribución de las capacidades que integran el bienestar básico de los individuos (equidad). Necesitamos pensamientos integradores de base científica (ver F. Capra para una propuesta de aproximación) del que pueda derivarse valores capaces de articular nuevas instituciones a la altura de los grandes desafíos que hoy en día enfrenta la humanidad. Por eso, más que la seducción del gadget, habría que promover la seducción de los horizontes que se nos abren con las nuevas fronteras del conocimiento científico. Es cierto el diagnóstico de la aceleración como estado mental colectivo, pero precisamente por ello son más importantes que nunca las categorías que, desde dentro de esa turbulencia y sin ignorarla, otorgan sentido y significación a nuestras acciones. LPGC 15/03/07. Jacinto Brito
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