El pasado 1 de abril, con motivo del April Fools' Day (Día de los Inocentes en muchos países del mundo) el siempre polémico e irónico Nicholas Carr (el que en 2003 dijo que
las TIC no eran importantes, sólo que aquella vez no lo dijo un primero de abril) se le ocurrió lanzar una inocentada titulada "
Twitter U." en la que contaba que la Universidad de Phoenix, hasta entonces pionera en teleformación y en tener un espacio propio en Second Life, había decidido lanzar una serie de cursos que se impartirían únicamente a través de Twitter, es decir, en píldoras de 140 caracteres.
Inocentada o no, la verdad es que el disparate de Carr me ha hecho reflexionar con el camino que estamos siguiendo en la educación en estos últimos tiempos y hacia dónde vamos, hacia dónde queremos ir.
Hace no mucho, en una
mesa de diálogo con profesores que impartimos sistemas de información en distintos lugares del mundo, los colegas americanos dejaban bien claro que a sus estudiantes ya no les interesaban los libros, ni siquiera los capítulos de libros. Exigian algo más digerible, más masticable, más corto, más cómodo, más portable. Un vídeo de 2-3 minutos. Un audio de 4-5 minutos para escuchar mientras corrían. Un texto de menos de 500 palabras que leer en la guagua o mientras hacían cola para entrar en el cine. Necesitaban que el conocimiento les llegara en formato de periódico gratuito tipo 20minutos, más que en formato Quijote. En la era de la
economía de la atención también los estudiantes tienen derecho a exigir que los docentes luchemos por su atención en píldoras de conocimiento. Llevemos la tendencia al extremo, y habremos llegado a la Twitter Universidad que propone Carr.
Ahora bien, mi pregunta, como docente universitario, es (y retomo el post que hace poco titulé "
¿Debemos tener en cuenta lo que quieren los usuarios?"): ¿Debo adaptar mi docencia a lo que piden los estudiantes o debo mantener sistemas docentes que estoy convencido que son preferibles? Me explico.
Hoy en día, en la universidad, imparto las clases de una forma similar a la de hace 10-15 años (todavía no ha llegado Bolonia): clases magistrales (no porque sean muy buenas, es que se denominan así) en las que se usa el Powerpoint en vez de la transparencia, a veces con alguna conexión a Internet en vivo, y tirando de tiza que me sigue gustando; el alumno tiene que ir a examen estudiando un libro; las transparencias, ejercicios y demás, los ponemos en el Campus Virtual a disposición de los alumnos. Sinceramente, no creo que el método sea excesivamente malo. Creo que es bueno que un alumno utilice libros, en plural, sean en papel como lo son ahora o sean electrónicos en unos años. Creo que es bueno que tenga que utilizar varias fuentes (libro, apuntes, transparencias, Internet) para completar su conocimiento.
Hace poco, una de las personas que conozco con más experiencia y conocimiento en cuestiones educativas,
Paco Rubio, me decía que la labor de un docente universitario no puede ser la de quejarse del nivel de sus alumnos, sino hacer lo que esté en su mano por mejorar el mismo. Y que si de mi asignatura todo lo que aprendían era a estudiar usando un libro, debía ser considerado como algo positivo. Por mucho que, realmente, los estudiantes prefirieran que les diera unas transparencias o unos apuntes elaborados por mi para estudiar, o un vídeo o un audio. Es decir, lo interpreto como que debemos insistir en los métodos docentes que consideramos adecuados. Yo también creo en esto.
La realidad que me encuentro es que mis alumnos cada vez tienen peores capacidades básicas: lectura comprensiva, redacción, matemáticas sencillas; cuestión que el
Informe PISA suele corroborar. De forma un tanto gratuita y sin excesivo conocimiento de causa, achaco estas carencias a la tan cacareada ESO. Y creo firmemente que el excesivo y ubicuo uso tecnológico en la educación no hace sino empeorar esta situación. Me encanta poder conectarme a Internet y mostrar a mis alumnos las páginas web de las que estoy hablando. Se puede usar la tecnología como apoyo a la docencia. Pero no veo correcta la opción de permitir que la tecnología arrase todas las metodologías docentes existentes a cambio de que podamos decir (los profesores) que "estamos a la última" y que la universidad es moderna.
El reto que se nos viene encima es de proporciones importantes. Con la excusa de Bolonia estoy convencido de que vamos a ver por todos lados mensajes indicándonos que cuanto más
cool y más
geek sea un profesor, mejor. Si por los alumnos fuera, estoy seguro de que iríamos a píldoras infinitesimales de conocimiento, a tweets de 140 caracteres. Pero, con todos los respetos, creo que sería un error imponer e incentivar este tipo de situaciones. No se es mejor profesor por tener página web, por responder a tutorías en el correo electrónico, por poner las transparencias en el campus virtual. Otra cosa es que uses esas tecnologías de forma adecuada y para cosas concretas (por ejemplo, el propio
Twitter como herramienta docente).
Como me decía alguien hace tiempo, la tecnología puede ayudar a que un buen profesor sea mejor; pero nunca podrá conseguir que un mal profesor se convierta en uno bueno. Espero, sinceramente, que no olvidemos de esta máxima en los próximos años.